Debilidad al contacto. Un frío lento que sube por la espalda y termina en la boca, mientras en la garganta se hincha una bolsa de plomo. El frío toma despacio el cuello, sube hasta la nuca, se cierran los ojos y el dolor empieza a sentirse. Una incertidumbre aventurera que parió la peor de las angustias, un miedo estremecedor.
Es una ansiedad que se come hasta los huesos y cualquier otro tipo de dolor, para establecer, en su conjunto, su total y casi divino estremecimiento.
Esas ganas de llorar por cualquier tontera, esa femineidad absurda y horrenda, como si las hormonas fueran las únicas culpables siendo que ni la regla te ha llegado (ni está cerca de llegarte).
¿Y qué saco con tratar de explicártelo, si en realidad no es siquiera ínfimamente necesario?
Tengo una rabia que me está matando, tengo una ira que me está destruyendo.
Me caigo a pedazos, señores.
Pero me encargo solita de barrer mis mugres del suelo.
Yo vivo apagando las luces por Bárbara Letelier se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.
Basada en una obra en http://teranyines-de-vellut.blogspot.com/.
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